Reflexión antes del cambio

Hace un tiempo, en un hermoso pueblo de antaño, vivía una hermosa familia, muy unida y amorosa. Ellos parecían ser perfectos, tenían todo lo material necesario para vivir. Casa, comida y vestido. Además recibían educación, tenían un buen trabajo y excelente salud.

De repente algo sucedió, la hermosa familia se desintegro, pues los padres decidieron divorciarse. Ahora, los hijos tenían que decidir con quién vivir, y cada siete o quince días debían pasar tiempo con uno de sus padres.

La madre se vio apretada con el dinero y los horarios, el padre empezó a trabajar más horas, por ende a descansar menos. Y los niños, en medio, haciéndose mil preguntas, sin entender nada.

Esta es una historia común en la actualidad; de hecho no tiene nada de extraordinaria; pues sucede muy seguido.  El problema, es que ese cambio, desde mi perspectiva trae consigo una extraordinaria cantidad de sufrimiento, no sólo para los padres que decidieron separarse, sino, también para los hijos que no entienden porque sus padres tomaron esa decisión.

Lo peor, es que al poco tiempo, los padres vuelven a repetir la historia y los hijos comienzan a dudar del significado del compromiso entre adultos. Y por supuesto, repiten los patrones aprendidos. Claro que esto no sucede en todos los casos, pero si en muchos.

Es por lo anterior, que necesitamos reflexionar antes de tomar cualquier decisión que nos cambiará la vida de manera tan radical y que además afectará a otros, en este caso, los hijos.

El primer paso es trabajar en uno mismo. No se puede resolver una situación, cuando desconocemos como nos sentimos realmente, cuando no sabemos que queremos o cuando nuestros valores se quedan en lo superficial, porque no nos hemos dado el tiempo de conocernos a nosotros mismos.

El segundo paso, es cerrar el ciclo. Es llegar a la comprensión total de que ya no hay nada que hacer en la situación, de que no hay crecimiento, ni paz, ni entusiasmo. Para ello, necesitamos liberarnos del rencor, de los juicios, de la culpabilidad y sobre todo de las emociones negativas.

Cerrar un ciclo, quiere decir comprender desde lo más profundo de nuestro ser que lo vivido fue lo mejor que podíamos vivir, reconociendo que el tiempo transcurrido fue perfecto y que todo se dio como debía ser y que en esa situación se obtuvieron maravillosas lecciones, pero ha llegado el momento de partir, porque ahora tenemos un apetito diferente por la vida.

Cuando cerramos el ciclo, tenemos que salir con una sensación de satisfacción, con una sonrisa pintada en los labios y con la mayor plenitud posible.

Y el tercer paso, es definir para dónde quieres ir, comprendiendo que la vida está llena de lecciones y que si no las comprendemos temprano a la buena, lo haremos más tarde a la mala. Pero OJO, no porque alguien externo nos castigue. El único castigo que existe, es aquel que nos infligimos nosotros mismos. Si la vida te indica que llevas un rato repitiendo actitudes y patrones, entonces es sencillo deducir que por ahí hay una lección que aprender.

¡Hasta la próxima!

Jany

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