Antes de nacer tanto nuestra sociedad, como nuestra cultura y familia ya tienen planes definidos para nosotros.
Ellos nos dicen que debemos hacer y qué no. Nos establecen las reglas del juego. Juego que no nos explican, pero ya tiene reglas. Y entonces como borregos o ganado, vamos siguiendo a las masas acumulando decepciones, logros, ideas, metas, etc. Pensando que somos los mejores porque estamos haciendo algo de nosotros mismos.
Complaciendo a nuestro entorno, siguiendo las reglas de la sociedad y de la familia.
Hasta que un día, al despertar, nos damos cuenta de que no sentimos nada. Miramos hacía nuestro pecho y lo vemos vacío, no sentimos paz, ni entusiasmo, ni alegría y la vida simplemente carece de sentido.
Hemos cumplido con las reglas y seguido a las masas, lejos de sentirnos plenos y felices, estamos envueltos en emociones negativas que ni siquiera sabemos explicar. Nuestra vida gira alrededor de llamadas telefónicas sin sentido, reuniones largas donde no se llega a nada, insultos, gritos y pensamientos de estrés que invaden nuestro interior, deseando un cambio, deseando que un mesías aparezca y nos libere de tanto horror.
Por años tuve esa sensación en el cuerpo, pensando de verdad que la vida no tenía sentido. Hay que seguir las reglas de todos, para poder ser alguien y lograr algo. Si esto es vivir, realmente no tiene sentido.
Por eso, fui siempre la número 1 en mi clase, pues podía memorizar nombres de ciudades y países, pero la verdad esas cosas nunca me interesaron mucho. Aprendí a sumar, restar, multiplicar y dividir, pero sigo sin encontrarle el sentido a una raíz cuadrada o a una integral.
Sin embargo, hoy comprendo que todo tiene un profundo sentido de ser. La vida mecanizada como me la enseñaron, ¡si tiene sentido! Pues me dio un punto de partida para diseñar la vida que realmente deseo.
Me dio contraste, y me permitió usar mi libre albedrío para escoger hacia donde me quiero mover. Pude comprender que no necesito pelearme con las circunstancias de mi vida, y por el contrario, puedo moverme en función de lo que realmente deseo.
Pero OJO, primero me tocó conocerme a mí misma y eso me llevó a descubrir mis deseos más profundos, para después ajustar mi ruta.
En principio, la ruta parecía clara, llena de señales, definida y lista para mí, pero conforme fui avanzando las cosas comenzaron a cambiar. Varios obstáculos comenzaron a entorpecer el camino y de repente apareció una bifurcación.
Esta bifurcación me obligó a detenerme a pensar. Y entonces, mil opciones se abrieron ante mí, ahora la decisión se volvía más difícil. Sin embargo, la meta estaba clara y definida. Ahora comprendo que la ruta quizás cambie, pero todos los caminos que tome me llevaran a ella.
Así pues, es el momento de aprender de las experiencias, sin quitar el norte de enfrente, pensar en que no estamos solos y estamos siendo guiados a conseguir nuestra realización personal.
Mi conclusión es, no hay que temerle al cambio de ruta, más bien hay que aprender de ella. Dice un dicho: «Todos los caminos conducen a Roma». El crecimiento no está en la meta, está en el camino.
Prepárate para cambiar la ruta muchas veces y en el ínter disfruta del camino.
Hasta la Próxima
Jany